domingo, 30 de marzo de 2014

LA GRAN DESMEMORIA

Pilar Urbano, periodista y escritora, publicará esta semana un nuevo libro: "La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar" en el que cuenta cosas muy interesantes relativas a la relación entre ambos, tumultuosa a partir del verano de 1980 y sobre el golpe de estado farandulero del 23-F.
 En una entrevista que publica hoy "Crónica" (El Mundo) se despacha muy a gusto sobre el fundamental papel que el borbón jugó en dicho golpe confirmando, si lo que cuenta es real ("e se non no è vero, è ben trovato"), lo que muchos sospechamos desde aquel mismo día sobre un golpe al estilo Juan Palomo (yo me lo guiso, yo me lo como).
Su conocimiento de la Casa real y sus entresijos es grande y sus fuentes son muchas y cualificadas por lo que, en principio, no tenemos por qué dudar de lo que dice en la entrevista y lo que contará en el libro,  así que me pongo a reflejaros unas cuantas perlas para que tengáis conocimiento de quien es el mataelefantes que ocupa nuestra jefatura de estado.
A partir del verano de 1980 la relación entre Suárez y el rey empieza a deteriorarse gravemente. La situación en España es crítica y Suárez esta en el punto de mira de todos, incluido su propio partido. Quieren deshacerse de él y el rey habla con el general Armada, su preceptor durante su época de príncipe, planteándole el militar la ejecución de un golpe, no de estado sino de gobierno, en el que el general acabaría siendo presidente en un gobierno de coalición donde entrarían prácticamente todos los partidos políticos excepto el PCE. De hecho, se preveía que Felipe Glez. fuera vicepresidente de ese gobierno donde cabrían los "compañeros" de Suárez de UCD y los seguidores de Fraga. Quizá incluso algún partido nacionalista. Suárez, que se huele el pastel no está por la labor y se opone a que Armada, destinado en Lérida, vaya a Madrid a tejer su telaraña. esto sorprende y enfurece al rey quien nunca pensó que la persona que él eligió como presidente (julio de 1976) pudiera llegar a este extremo. Él, que muchos años atrás, cuando empezaba a reinar, había dicho a Torcuato Fernández Miranda: «Hombre, yo creía que iba a ser como Franco pero en Rey».


En un de los encuentros entre ambos, en enero de 1981, un mes antes del golpe Suárez espeta al Rey: «Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad». «Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas», expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en grados. «Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan», dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos (en 1979). «Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos... Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar».

Al día siguiente cuatro generalotes, Milans del Bosch entre ellos, y un almirante van a zarzuela a ver al Rey y éste los remite a Suárez. Milans dice a Suárez que por el bien de España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la pone en la palma de la mano izquierda y mostrándola dice al presidente: «¿Le parece bien a usted esta razón? ». El Rey, en la escalera, le advierte: «¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?». Y le reitera que la solución para evitar el golpe militar pasa por un cambio de Gobierno.


Cuatro días después, el 27 de enero Suárez comunica al rey que dimite. Suárez acude a Zarzuela para comunicar al Rey que tira la toalla, que se va. Antes almuerza con los Reyes. Al acabar, suben los dos al despacho. «¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?», inquiere el Rey. «Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura, que gobiernen los que no me dejan gobernar». El Rey escucha en silencio, sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por Armada. Gente de su partido, como Herrero de Miñón, participa activamente. Piensa que con su dimisión podrá desactivarla. Pero Armada se veía ya como presidente de un gobierno de concentración, una operación que comenzó a trazarse en Zarzuela en julio de 1980. (...) El acto de Suárez de dimitir por sorpresa tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles, sin argumentos para la sublevación.

Al día siguiente del golpe, 24 de febrero, nada más ser liberado Suárez es informado por Francisco Laína, Secretario de estado de seguridad que dirigió un minigobierno paralelo mientras el legal estuvo secuestrado en el congreso, de que Armada estaba metido hasta las cachas y Adolfo se va a ver al rey, a quien echa en cara : alentando a Armada y a tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar militar (...) Sabes cómo entre  Gutiérrez Mellado, Rodríguez Sahagún y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me opuse al traslado de Armada. (...)  Para Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente. En el transcurso de esa conversación con tono elevadísimo, Suárez alaba el comportamiento digno del «pobre Guti, un anciano, cuatro huesos», y critica, en cambio, al «otro», «a gatas debajo del escaño», refiriéndose al presidente a punto de ser investido, Calvo-Sotelo. Pero el clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo advierte al Rey lo siguiente: «Quiero revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídicoconstitucional del proceso...». Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. «Me estás amenazando, so cabrón? ¿Te atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú... a mí? Mira -le dice el jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!». El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: «O te vas tú o me voy yo», no sin recordarle que no podrá formar ningún gobierno de unidad «porque nadie va a querer ir contigo... Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia». Viéndolo así, en pie, con el uniforme de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey. «Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas: "Disculpe, Señor, me he excedido"».

En su libro intenta diferenciar entre lo que ella denomina "Operación Armada" y lo que luego fue el 23-F.
El golpe de Armada, el golpe de timón o de gobierno, presidido por él, tendría que haber acabado en el momento en el que don Juan Carlos comienza a hacer consultas para sustituir a Suárez. Por fin, se decide por Leopoldo Calvo-Sotelo, pero tiene enormes dudas. Tantea a Lamo de Espinosa, a Pérez Llorca, a Rodríguez Sahagún. En realidad, cualquiera menos Leopoldo. Hasta que Leopoldo le soluciona la papeleta. Convence al jefe del Estado diciéndole que él es el hombre de la derecha que busca, bien visto por el empresariado; que sacará adelante el ingreso en la OTAN, el gran marrón del Rey ante los EEUU; la LOAPA para armonizar el tiberio de las autonomías; que tranquilizará a los militares, porque al fin y al cabo su apellido es Calvo-Sotelo. Además, ha sido elegido por el partido, la UCD, que en las elecciones del 79 sacó más de 6.200.000 votos. No hay duda de que la sustitución con Calvo-Sotelo, y no a través del montaje Armada, es constitucional. El Rey ve que puede tener una salida fácil, libre de Suárez, y sin correr tantos riesgos como con Armada; y es cuando abandona la Operación Armada. Estamos hablando del 10 de febrero de 1981, a 13 días del golpe. Hasta ese momento, la Operación Armada no tenía nada que ver con el 23-F. (...) El 23-F, como le digo, no debería haberse producido. Pero a Armada el Rey le había puesto los patines, y ya no quiere parar. Y se produce el recurso a Tejero, que es un autor por convicción. De hecho,Jordi Pujol y Marta Ferrusola, su esposa, hacen los honores de despedida a Armada, que viene a Madrid desde su destino en Lérida. Los Pujol comentan al general que Calvo-Sotelo será el nuevo presidente, y Armada deja caer un enigmático «ya veremos». Lo está diciendo el día 9 de febrero. En las fechas siguientes, Armada se ve no sé cuántas veces con el Rey: el 10, el 11, el 12, el 13. En la agenda de Armada aparece todo eso pormenorizado. Sabino, que ya se da cuenta de que Armada está lanzado, empieza a cerrarle las puertas de palacio. El día 13 de febrero, el Rey y Armada tienen una conversación tan importante y grave que don Juan Carlos aconseja a Armada que vaya a contarle a Gutiérrez Mellado todo eso de que Leopoldo no es la solución para calmar la división del Ejército. Mellado manifestaría luego que le dieron ganas de detener a Armada por todo lo que le dijo. A partir de ese momento podemos decir que el Rey ya se sacude de las manos el tema Armada y sigue la senda de Leopoldo, con un Gobierno de UCD. (...) Armada está motivado, Armada quiere ser presidente, ayudado por el CESID con el comandante Cortina al frente de la operación. Si el Rey está o no está en el 23 de febrero, si está enterado o no... Hay cosas llamativas, raras, anómalas. Que los hijos del Rey no vayan ese día al colegio, como tampoco fueron al colegio los hijos de los americanos de Torrejón, que le dijeran al médico de Zarzuela que ese día estuviera en Palacio desde por la mañana, que cierta vedette, Bárbara Rey, declarara, ¡vaya usted a saber si es cierto!, que el Rey la llamó diciéndole, «oye, el lunes, 23, procura no ir a recoger al colegio a los niños, porque puede pasar algo...». Y otras curiosas coincidencias. Igual que no se entiende lo de Osorio diciéndole a Fraga en el Congreso, en pleno golpe, «Manolo, baja y dile a Tejero que llame a Armada». ¿Por qué quiere llamar Osorio a Armada? ¿Qué sabe él? O, también, que de los siete padres de la Constitución, cinco conocieran en qué consistía la Operación Armada y que durante los acontecimientos del 23-F en el Congreso estuvieran relativamente tranquilos en sus escaños, leyendo o prestando sus abrigos a los rehenes de oro. Leían tranquilamente Gregorio Peces-Barba, Miguel Herrero, Gabi Cisneros, Jordi Solé Tura y Fraga, padres constituyentes, también estaban en la lista de Gobierno de Armada. Al Rey, en cualquier caso, la actuación de Tejero le resultó antiestética, irreflexiva, repugnante por la violencia de los tiros... Eso no era presentable. Lógicamente, yo tengo que pensar que el Rey no estaba en el 23-F; otra cosa es que, bueno, Armada sí que habla con el Rey ese día, aunque luego en los juicios se quiso borrar la interlocución del Rey esa noche. No aparece en las actas, como si se hubiera pasado un típex: en lugar del Rey aparece Sabino.


Según Urbano, queda meridianamente claro que la  gestación de la Operación Armada, que deriva en el 23-F, pasa por Zarzuela: Sale de Zarzuela y sigue en Zarzuela desde julio del 80 hasta la segunda semana de febrero de 1981. Yo dejo al Rey fuera del golpe del 23-F. Pero sí digo que, si esa noche Armada se hubiese llegado a entender con Tejero, y Tejero le hubiese dejado pasar, como me decía Pablo Castellano, «en esa situación, bajo la amenaza de las metralletas, todos hubiésemos aceptado cualquier solución que no fuese una junta militar». Y mucho más si todo se anunciaba en nombre del Rey, que es como Tejero entró en el Congreso: «¡Paso, en nombre del Rey!».


También queda muy clarito quien era el Elefante Blanco, el alto cargo militar que se iba a hacer cargo de la situación tras el golpe: Le pregunté a Sabino por el famoso tema del Elefante, y me confesó que don Juan Carlos metió la pata en el libro de Vilallonga (una biografía del Rey, basada en varias conversaciones con el protagonista), cuando dijo que él «sabía, desde el primer momento, quién era el Elefante Blanco». Suárez también dijo que «sólo dos personas saben quién era el Elefante Blanco, y yo soy una». Si Suárez lo sabía, y desde luego él no lo era, y el Rey también lo sabía, según él mismo le dijo a Vilallonga, y está en la edición francesa y en la inglesa. Ergo... Después, en la versión española eso se corrigió, porque se hubiese tenido que reabrir el sumario del 23-F.

Y va rematando la entrevista  así: la gran desmemoria de Suárez no sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada, militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el freno (...)  me rechina escuchar y leer el tópico de que «el Rey nos salvó del golpe». El Rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha, no queriendo que fuera un golpe, queriendo una solución fraguada en el Parlamento; pero Suárez le advertía: «¡Esto es un golpe!».

En fin, que después de haber visto el famoso programa de Évole sobre el 23-F y de leer lo que Pilar Urbano cuenta en este libro la realidad y la "ficción" empiezan a parecerse tanto que uno ya no sabe qué pensar. Aunque yo lo tengo muy, muy claro.

SALUDOS

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